viernes, 15 de marzo de 2013

Un viaje a lo profundo de África


Hans Silvester es un fotógrafo y militante medioambiental. Uno de sus trabajos más conocidos son las fotografías de las pinturas de los indígenas de Etiopía que viven el valle del río Omo.  Según el autor “Ésta es una de las excepcionales ocasiones en que la cámara capta la vida de las misteriosas etnias del valle del río Omo, uno de los lugares más salvajes de África”. 


En el valle del Omo, entre Etiopía, Kenia y Sudán, existe un mundo perdido, un lugar que no figura en los mapas. Lejos de cualquier capital, con un clima extremo, se esconde uno de los lugares más salvajes de África en el que viven unas 15 tribus nómadas o semi-nómadas. Las más importantes están integradas por unas 70.000 personas; las más modestas no superan el millar.


Aunque a estos parajes no llegó la esclavitud ni la colonización, sí apareció de forma brutal la llamada civilización; la guerra civil en Sudán y el tráfico de armas pusieron a estas etnias en contacto con lo peor de la misma.


Yo llegué a este mundo perdido de la mano de Lucy, ese esqueleto de homínido descubierto en 1974 en el sur de Etiopía y que nació hace unos 3,5 millones de años.
Y allí decidí ir, a la cuna de la Humanidad, a aquel lugar donde al parecer se efectuó la separación del hombre y del mono, para conocer a estas tribus que, sin saberlo, son guardianes de nuestro patrimonio común.  


Moulou, un guía etíope, me transmitió su conocimiento y respeto por las etnias y sus consejos me fueron imprescindibles en un mundo casi inaccesible rodeado de moscas tse-tsé, el paludismo,  sanguijuelas, amebas, el sol abrasador, las lluvias torrenciales y el barro.


Beber el agua de cualquier sitio y compartir los alimentos de las tribus encierra evidentes peligros. Para evitarlos, Moulou me sugirió que contratase a un cocinero, lo que además nos permitió establecer lazos sociales con los indígenas con los que nos fuimos encontrando.  


Existen diferentes tribus en esta región: los Hamer, los Karo, los Surma, los Mursi, y los Burme.  TodExisten diferentes tribus en esta región: los Hamer, los Karo, los Surma, los Mursi, y los Burme.  Todos son diferentes, física y culturalmente, aunque lo que distinga a estas tribus no sea siempre algo evidente para un extranjero. A mí me ha costado tres años y nueve viajes seguidos, pero a veces, es sorprendentemente fácil. Por ejemplo, un Surma y un Hamer se reconocen por su peinado especial, un puñado de pelo untado de barro y, a menudo, adornado con plumas. Unos son sedentarios (Karo); otros nómadas, cazadores y de temperamento guerrero (Surma o Mursi). Sin embargo, la gran diferencia son los dialectos que hablan, pese a los esfuerzos de las autoridades de Adis Abeba por introducir el amárico, la lengua oficial de Etiopía.


Geográficamente, están instalados en las orillas del río Omo, cuyas aguas desembocan en el lago Turkana, fronterizo con Kenia. En una región en la que las temperaturas pueden alcanzar los 45 ó 50 grados, el agua es vital para el hombre y su ganado. Cada dos días, los pastores llevan a las vacas al Omo o a alguno de sus afluentes. El río es la clave de la supervivencia. Igual que estos animales.


La sangre de la vaca (que extraen cada tres semanas pinchándoles en la vena con una  diminuta flecha) constituye, junto a la leche y a la carne, su principal alimento. Pero también es el patrón monetario. Todo se aprecia, se estima y se calibra en cabezas de ganado. Es un patrimonio, una herencia cultural. El padre, propietario del rebaño, da 30 vacas a su primer hijo cuando se casa, después otras 30 al segundo y, así, sucesivamente. De hecho, en las familias numerosas, los más jóvenes a veces no disponen de esa dote y tienen que apañárselas solos: roban ganado y trafican con marfil o con alcohol. Cualquier cosa vale para tener vacas y poder casarse.


Como ocurre a menudo en África, el poder reside en los ancianos. Son ellos los que toman las decisiones que afectan a la tribu y los que debían autorizarme para captar con mi cámara sus aldeas, previo pago, costumbre reciente a la que nadie puede escapar.


Al principio, pensé que fotografiar antes a los ancianos me facilitaría el trabajo. Un gesto así me había ayudado mucho en La India y en otros países, pero aquí esta técnica fue un fracaso. Al mirar las fotos se veían pequeños, irrisorios en comparación con su estatura real. Les daban vueltas, las miraban y remiraban y, al final, las tiraban.

Para ellos, la propia imagen es algo abstracto, y eso que desde hace unos años circulan varios espejos de bolsillo. Los rostros pintados, los cuerpos escarificados, sus joyas, los peinados, las sabias mezclas de vegetales y plumas sólo son apreciados por la mirada de los demás. Lo único que cuenta es la reacción del amigo o del vecino ante sus decoraciones corporales.


Se pintan el cuerpo con arcilla coloreada hasta dos o tres veces al día, como si cambiasen de vestido. Para los más jóvenes es una forma de coquetería, de seducción, de fiesta. Pero también un orgullo. Las escarificaciones, las mutilaciones que se infligen las mujeres Mursi para colocarse su plato labial... son signos de elegancia, de belleza, de fortaleza y de valor.


Los rituales varían según las etnias. Durante sus reuniones o fiestas los extranjeros son excluidos, dado que la combinación de las drogas que extraen de las plantas con el alcohol puede llevarles a estados de trance o estallidos de violencia. 

La mayoría de los pueblos del Omo conservan un alma belicosa. De hecho, luchar contra el enemigo es algo inherente a su cultura, a sus tradiciones. El mas claro ejemplo lo brinda los Surma y los Burne , tribus vecinas que mantienen un odio ancestral.  


Para minimizar este atavismo tribal existe entre cada tribu una región a la que no se va, a la que ni unos ni otros llevan a su ganado. Pero, en ocasiones, es inevitable y terminan produciéndose enfrentamientos, muchas veces de vida o muerte.

Y sin embargo, nada irremediable parece haber afectado todavía al valle del Omo. Jirafas y elefantes siguen corriendo por la sabana. También los hipopótamos y los cocodrilos son numerosos en el gran río. Y lo mismo ocurre con las tribus, que parecen sobrevivir a pesar de todo y contra todo.


Algunas tribus guerreras antes mencionadas necesitan de un enemigo para probar la valentía. Así, desde jóvenes se les prepara para ello. Por ejemplo los Surma y los Mursi practican esta lucha con palos. Con ella afirman su virilidad, su capacidad de vencer al adversario, pero también es una prueba para superar a los pretendientes de una misma mujer.  El éxito no depende tanto de la fortaleza como de la rapidez en dar los golpes y en evitarlos. A veces, los palos superan los dos metros y medio de longitud y causan serias heridas a los contrincantes. Si se alcanza el pecho del adversario, el shock puede provocar un  paro cardíaco.  


Pero quienes no han cambiado sus rituales son los Hamer, y eso que es la etnia que más contacto mantiene con el exterior. Cuando cumplen los 20 años, los hombres se someten a tres pruebas. La primera, correr sobre el lomo de una docena de vacas. En la segunda, tras haberse untado el cuerpo de grasa y carbón, tienen que controlar un rebaño dando vueltas a su alrededor. Mientras, un grupo de chicas se dedica a molestar a las vacas y hacer que se escapen, y en la última prueba debe ser capaz de “flagelar” a las muchachas. Éstas se presentan ante él con unas varas, invitándole a que las pegue. Pese a los golpes, ellas se ríen, le provocan, le insultan y para enfurecerle más le acusan de impotente. El chico que más y mejor haya pegado a las mujeres tiene derecho a casarse. Es la ley de la tribu.

Texto y fotografías pertenecen al libro “Ethiopia: Peoples of the Omo Valley” por  Hans Silvester.

Artículo publicado originalmente por http://www.lareserva.net
Liga al artículo original: http://www.lareserva.com/home/Peoples_Omo_Valley

jueves, 7 de marzo de 2013

Los bosques provocan las lluvias, y no a la inversa

Un estudio reciente, realizado por científicos del CIFOR, refuerza la hipótesis de la bomba biótica.

Los resultados de un estudio realizado por investigadores del CIFOR refuerzan la llamada ‘Teoría de la bomba biótica’, que señala que los bosques desempeñan un papel determinante en las lluvias, al generar vientos atmosféricos que funcionan como una bomba, extendiendo la humedad de los continentes. De confirmarse esta hipótesis, las consecuencias para la gestión forestal son obvias: urge reforestar y cuidar los bosques para que el planeta no se convierta en un desierto, afirman los científicos.

Bosque de hayas. Imagen: Malene Thyssen. Fuente: Wikimedia Commons.
Los resultados de un nuevo estudio realizado por científicos del Center for International Forestry Research (Centro para la investigación forestal internacional o CIFOR ) refuerzan una controvertida teoría que señala que los bosques desempeñan un papel determinante en las lluvias, al generar vientos atmosféricos que funcionan como una bomba, extendiendo la humedad de los continentes.

Por el contrario, la pérdida significativa de bosques podría transformar regiones tropicales exuberantes en paisajes áridos.

"Esta teoría nos da una razón más para proteger y conservar la masa forestal", afirma Douglas Sheil, co-autor de un artículo publicado al respecto en la revista Atmospheric Chemistry and Physics e investigador del CIFOR en un comunicado de dicho Centro.

"Tradicionalmente, se ha sostenido que zonas como el Congo o el Amazonas tienen altos niveles de pluviosidad porque se encuentran en partes del mundo que experimentan altas precipitaciones. Pero nosotros proponemos lo contrario: que los bosques son los que provocan las lluvias y que si estos bosques no se encontraran en esas áreas, estas serían desiertos", continúa Sheil.

En 2006, los científicos Anastassia Makarieva y Victor Gorshkov publicaron por primera vez un documento en el que se señalaba que los bosques, al generar una presión atmosférica baja, mueven el aire húmedo tierra adentro, ayudando a generar lluvias.

Sheil y su colaborador Daniel Murdiyarso revisaron este concepto en 2009, en un artículo aparecido en la revista Bioscience.

El nuevo documento, en el que colaboran Makarieva, Gorshkov, Sheil y otros delinea aún con más detalle la hipótesis de la "bomba biótica", haciendo hincapié en la física subyacente a los procesos de evaporación y de condensación que generan diferencias en la presión atmosférica.

El modelo explica por qué el aire se eleva sobre zonas con una evaporación más intensiva, como los bosques. La baja presión resultante atrae aire húmedo adicional, dando lugar a una transferencia de vapor de agua que cae en forma de lluvia en las regiones con mayor evaporación.

Un modelo controvertido

Debido a que este modelo es contrario a los modelos climáticos existentes, los autores se han enfrentado a obstáculos a la hora de recibir apoyo de sus colegas o de encontrar un editor.

"Es difícil convencer a la gente de que una idea radical como esta, basada en principios físicos simples, pueda haber pasado desapercibida durante tanto tiempo", explica Sheil. "La gente está segura de que es incorrecta y no quiere perder el tiempo con ella."

Sin embargo, con su trabajo, los científicos pretenden “llevar la física al campo de la ciencia del clima”. Además, según ellos, “hasta ahora nadie ha podido refutar su teoría”.

Los editores de Atmospheric Chemistry and Physics decidieron publicar el documento con un comentario explicativo sobre su inusual naturaleza ‘controvertida’.

La publicación ha generado un fuerte debate entre los especialistas. A pesar de todo, Sheil añade que si, poco a poco, “la teoría va ganando más apoyo científico, podría tener importantes implicaciones políticas”.

Reforestar para aumentar las lluvias

"Una vez que aceptemos la idea de que la masa forestal determina las precipitaciones, se necesitará crear una gran cantidad de políticas que reconozcan este valor", señala.

Esta teoría abriría grandes posibilidades para “la mejora del nivel de precipitaciones en regiones áridas, a través de la reforestación. Pero tendríamos que invertir mucho más esfuerzo en investigación para observar la magnitud potencial del impacto de este concepto".

Para Makarieva y Gorshkov, la lección de esta investigación para las políticas forestales está clara: "Cualquier responsable político debe reaccionar rápidamente ante este nuevo conocimiento… Ha de ser consciente de que gestiona uno de los corazones del planeta que bombea una sustancia completamente necesaria: el agua".

Y añaden: "En una maquinaria política forestal ideal, con políticos con una visión de futuro sobre el bienestar humano a largo plazo, el mensaje estaría muy claro: hay que luchar para detener por completo la deforestación. E iniciar cuanto antes la recuperación de lo que aún se pueda recuperar. "  

La Teoría de la Bomba Biótica 

 La Teoría de la bomba biótica (BPT por sus siglas del inglés: Biotic Pump Theory), es una hipótesis que Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov, del Instituto de Física Nuclear de San Petersburgo, propusieron en 2006 y que argumenta que el mayor impulsor de los vientos es la capacidad de los bosques para condensar la humedad en lugar de la temperatura.

Se plantea como la consecuencia de una interacción particular de cuatro conocidas leyes físicas: la ley de Clausius-Clapeyron, la ley de los gases ideales, la ley de la gravitación y la de conservación de la energía.  

A través de la transpiración, las plantas liberan vapor de agua a la atmósfera. A medida que el vapor se eleva, se encuentra con capas de aire frío y se condensa en gotas, formando nubes. 

En el paso de gas a líquido disminuye el volumen de agua, dejando un vacío en el aire con la reducción de su presión. Esto provoca que el aire por debajo, donde la presión es elativamente alta, es aspirado, arrastrando con ella el aire más húmedo, del mar o de la superficie forestal real. 

Una bomba que produce vapor, y que al final, genera la lluvia  

La teoría de la bomba biótica surge dentro del concepto de regulación biótica del medio ambiente. Según esta idea, el entorno adecuado para la vida es mantenerse en este estado por los organismos vivos de la biota natural intacta (es decir, la totalidad de los organismos biológicos) de la Tierra. 

 La información necesaria para la regulación biótica está escrita en los programas genéticos de las especies biológicas de la biota de la Tierra. Para el funcionamiento estable de la bomba biótica del complejo ecosistema en su totalidad, es necesario que incluya a los árboles, hierbas y maleza, bacterias, hongos y todos los animales que interactúan entre sí.
Fuente: Wikipedia.

Referencias bibliográficas:

Sheil D, Murdiyarso D. How Forests Attract Rain: An Examination of a New Hypothesis. Bioscience (2009). DOI: 10.3410/f.1161404.621929.

A. M. Makarieva, V. G. Gorshkov, D. Sheil, A. D. Nobre y B.-L. Li. Where do winds come from? A new theory on how water vapor condensation influences atmospheric pressure and dynamics. Atmos. Chem. Phys. (2013). DOI:10.5194/acp-13-1039-2013.  

Artículo publicado originalmente en http://www.tendencias21.net
Liga al artículo original: http://www.tendencias21.net/Los-bosques-provocan-las-lluvias-y-no-a-la-inversa_a16039.html